Una madre (Nuevos Tiempos)

Una madre (Nuevos Tiempos)

Language: Spanish

Pages: 248

ISBN: B00JF6I9GM

Format: PDF / Kindle (mobi) / ePub


El retrato de una ciudad acogedora y esquiva a partes iguales, de una familia unida por los frágiles lazos de la necesidad y del amor y la mirada única de una mujer maravillosa en un momento extraordinario. Faltan unas horas para la medianoche. Por fin, después de varias tentativas, Amalia ha logrado a sus 65 años ver cumplido su sueño: reunir a toda la familia para cenar en Nochevieja. Una madre cuenta la historia de cómo Amalia entreteje con su humor y su entrega particular una red de hilos invisibles con la que une y protege a los suyos, zurciendo los silencios de unos y encauzando el futuro de los otros. Sabe que va a ser una noche intensa, llena de secretos y mentiras, de mucha risa y de confesiones largo tiempo contenidas que por fin estallan para descubrir lo que queda por vivir. Sabe que es el momento de actuar y no está dispuesta a que nada la aparte de su cometido. Un cartel luminoso que emite mensajes desde una azotea junto al puerto, una silla en la que desde hace años jamás se sienta nadie, una Barcelona de cielos añiles que conspira para que vuelva una luz que parecía apagada, unos ojos como bosques alemanes y una libreta que aclara los porqués de una vida entera… Una madre no es solo el retrato de una mujer valiente y entrañable, y de los miembros de su familia que dependen de ella y de su peculiar energía para afrontar sus vidas, sino también un atisbo de lo que la condición humana es capaz de demostrarse y mostrar cuando ahonda en su mejor versión.

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First Time Dad: The Stuff You Really Need to Know

Accidental Ethnography: An Inquiry into Family Secrecy (Writing Lives)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

a un restaurante, porque, aconsejada por Ingrid, le parecía que organizar algo en su casa –y cito– �no ayudará a esa pobre criatura si tiene que vérselas con tu hermana y con tu tío Eduardo en un ambiente que no le es profano», me dijo al teléfono. Entendí –y deseé– que lo de �profano» era uno de sus lapsus cada vez más frecuentes y no una acertada previsión de lo que estaba por llegar. La verdad es que la elección del restaurante no pudo ser menos apropiada. A Silvia se le ocurrió que la mejor

procede es», �lo más justo es», �lo que no se puede admitir es», �lo que tendrías que hacer es». Son frases que maneja con la habilidad rutinaria. Aprendidas. Memorizadas. Las dos Silvias no confluyen nunca porque están domesticadas para no coexistir. Por un lado, la voz de Silvia. Por el otro, sus ojos, esa mirada que de cerca la delata, aunque ella no lo sepa–. Ni nosotros tenemos la culpa de haber tenido un padre así –vuelve a la carga mientras mamá parpadea, sorprendida, y Emma me mira desde

surrealismo de ventanilla, tan alejado del suyo en formas aunque no en intensidad y que sufre con los silencios tensos que Olga deja a su paso, sale en su ayuda con un: –Y mira que podría haber sido dentista. Siendo tan... argentina. Silvia se vuelve a mirarla y yo me llevo la servilleta a la boca. Cuando intento respirar y decir algo, mamá coge su copa de vino casi vacía y añade con una risilla sospechosamente achispada, dirigiéndose a Silvia: –Jijiji... Huy, pues... si ella, con ese padre,

una cosa muy seria –dice. Y luego–: Y muy genital. Ya lo creo que sí. Olga abre la boca y la cierra enseguida en un gesto que es pura mecánica. Luego se vuelve hacia Emma y le lanza una mirada de alarma: –Cariño –le dice, cogiéndole la muñeca y mirando la hora en su reloj–. Creo que se nos está haciendo tarde y que tu madre está cansada. Además, no me fío del tráfico en noches como esta. Ya sabes cómo va la gente... Silvia, que ha dejado de reírse, apoya la barbilla en la mano y, todavía con

nerviosa a la pantalla del móvil, un nuevo balanceo, muñeca, reloj y vuelta a empezar mientras la tarde iba destilando calor y la ciudad ganaba sombras desde las esquinas, entre el ruido incansable del tráfico, la gente y lo cotidiano. Sí, la respuesta fue siempre la misma durante esas horas, y el silencio con el que mamá la aceptaba, también. La gente se movía, pasaba el tiempo y las campanadas de la torre de la universidad dieron primero las seis, después las siete y por fin las ocho. Cuando la

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